«La violencia ante el Parlament mancha las movilizaciones», dice el diario Público. «La acampada pacífica se convierte en un marcaje a los políticos», lamenta El País. Los dos insisten en que el movimiento 15-M, a través de quienes por alguna razón se han erigido en sus portavoces oficiales en Sol, se desmarca de las violencias de Barcelona y Madrid.
Este párrafo es de una crónica del diario El País, titulada «La violencia fractura el 15-M»:
«»La llegada ayer al Parlament en helicóptero del presidente de la Generalitat, Artur Mas, y varios consejeros y diputados, porque no podían entrar de otra forma, cambió la imagen del movimiento. La fotografía de los diputados insultados, abucheados, zarandeados y, en algunos casos, escupidos y agredidos con pulverizadores, tampoco ayudó. Bajo la etiqueta en Twiter de «asíno», decenas de personas expresaron su malestar por lo ocurrido en el Parlament. «Decepción, tristeza, condena, no nos sentimos representados…».»
Enternece asistir a los esfuerzos maternales del cronista para salvar lo puro y noble de la revuelta. «La fotografía de los diputados (…) zarandeados (…) tampoco ayudó», escribe el periodista en un ejercicio típicamente socialdemócrata de preocuparse de quien menos lo merece.
A ojos de quien quisiera ver, la imagen del movimiento estaba comprometida desde su desafío a la prohibición de la Junta Electoral Central. Aquello ocurrió hace mucho, a los pocos días de que la muchedumbre tomara la Puerta del Sol. Todo lo que vino después de aquel 20 de mayo es deriva, como ha llamado el alcalde Alberto Ruiz-Gallardón al rumbo actual de la protesta.
El presidente clandestino Artur Mas dijo ayer que los manifestantes traspasaron las «líneas rojas». Las líneas rojas son, en democracia, las leyes, y estaban traspasadas desde hace mucho. Traspasadas por quienes siguieron protestando en las calles, pero con la imprescindible anuencia de los cargos políticos que lo toleraron.
Salirse de la ley es tirarse a un campo sin vallas, sobre todo cuando la autoridad conoce y tolera la infracción. Superada la única línea roja claramente marcada, el trazo de las nuevas es un ejercicio subjetivo, sujeto únicamente a la paciencia, el aguante o ¡los intereses! de la sociedad y los gobernantes. Si podemos acampar en Sol por qué no cortar la Gran Vía. Si ellos abuchearon a Camps nosotros queremos insultar a Mas, y el etcétera se detiene donde terminan los deseos. O donde se cumplen.
No se en qué acabarán estas protestas que vuelven a poner a España en el foco de los aventureros del mundo que no lo harían en casa. Lo único cierto es que la bola de nieve es ya enorme. Es al Ministerio del Interior a quien corresponde pararla, y suya será la responsabilidad de la inacción o de los incidentes por actuar tarde.
Saltarse las normas amplía indiscriminadamente los límites de lo aceptable. Tomar la vía pública se ha convertido en un acto perfectamente posible y legítimo. Ya sólo está mal visto el acoso físico y la violencia. De momento.