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Los comentarios de este blog se mudan a una publicación que ha tenido la amabilidad de darme una de sus columnas de opinión. Se trata de una revista nueva, que nace con el fulgor del rayo y pronto hará el ruido del trueno.

En unas horas les daré el enlace al primero de mis textos allí.

Gracias por el interés.

Los huevos de Amaral

Se ha indignado Juan Aguirre, de Amaral, porque el ministro del Interior citara el título de una canción del grupo en una disputa dialéctica con un diputado de la oposición en el Congreso. «Mira tío, no me toques los huevos, las canciones son de todos», le ha dicho a Rubalcaba en una confesión en penumbra, a media voz y con gorra.

La réplica de Aguirre es en primer lugar desagradable por su fealdad. Por esa segunda persona impersonal lanzada al aire, como ayuda americana para que la recoja el pueblo. Porque aun en su tono de sacristía progre es maleducada con el político, quien no merece de la víctima que se ponga de pie al recibirle ni un mínimo de tensión en el gesto y el discurso. Al poder en democracia se le responde de forma torera o rockera, no con este lloro afectado de terapia de separadas que me ha hecho añorar la indignación humanísima y sincera, casi fisiológica, con que Fernando Fernán Gómez despachó a uno de esos humoristas pesados de la tele.

Además de fea, la salida del músico es sorprendente. La cita de Rubalcaba es mera muleta dialéctica, y sólo a un imbécil puede servir para relacionar a Amaral con su causa o con la clase política. Más aún, la entrada de una de sus canciones en un debate del Congreso es una muestra de que Amaral forma parte del imaginario colectivo español, el objetivo de siempre de los grupos de música ligera. Dice Aguirre que las canciones «son de todos». De todos menos de los políticos, claro, sobre todo en este momento indignado de cacerolas y sentadas.

El alegato genital lleva también una denuncia de las «peleas de escolares» del Congreso pagadas con dinero de todos, y va acompañado de un guiño al 15-M. Le habrá reportado ya muchos aplausos y no sé si algunos discos, y no hay nada malo en ello: el valor de una declaración no deben establecerlo las reacciones. Pero también le llamarán valiente, y no será justo.

El coraje de una denuncia no debe medirse únicamente por el poder del denunciado. Existen otros parámetros clave, como su capacidad y voluntad de tomar represalias y su predicamento entre la audiencia.

En la España de hoy el compromiso más caro es el antietarra. Supone una privación de libertad real y riesgo para la seguridad física, a los que últimamente hay que añadir la consideración del establishment como una piedra en el zapato. Después venga quizá el que denuncia el integrismo islámico, y basta recordar el caso de Redecker para explicar su cota. Las críticas a cualquier iniciativa, idea o persona de izquierda o de los llamados nacionalismos periféricos y el más sutil alineamiento con la derecha pueden traer la muerte civil y el estigma del fascismo.

En el otro extremo del gráfico, las opiniones progresistas genéricas, que incluyen el aplauso del 15-M, los ataques al FMI y los mercados (drogados, calados) o las alertas sobre el cambio climático, son las que salen hoy a mejor precio. Y por supuesto las críticas a la clase política, categoría en la que entra el hinchazón de Amaral.

Aquí y aquí, dos pequeñas muestras de la cotización en bolsa. Ovación y polémica, y eso que el anonimato de la red, como el de las urnas, baja el precio de los productos de lujo.

Madrid pudo ser Miami

(Publicado en viernes, pues marcho en unas horas a los Cárpatos)

Corresponsales cubanos en twitter denuncian esta semana nuevas detenciones, palizas y humillaciones a disidentes en la finca de los Castro. El Gobierno español calla, en un silencio cómplice que ya no sorprende a nadie y es extremadamente dañino para la imagen de España entre los resistentes cubanos.

Los nuevos atropellos del régimen castrista vienen poco después de que llegara a Miami Reyna Luisa Tamayo, madre de Orlando Zapata Tamayo, con las cenizas de su hijo. El preso político Orlando Zapata murió el 23 de febrero del año pasado tras una huelga de hambre de 85 días, con la que reivindicaba la mejora de sus condiciones carcelarias. La madre de Zapata y otras fuentes de la disidencia denuncian que el régimen le privó de agua para forzarle a abandonar la protesta.

Poco después de ver en El Nuevo Herald el recibimiento caluroso y emotivo que Reyna Luisa Tamayo tuvo en Miami encontré en Penúltimos Días un artículo del Wall Street Journal sobre las circunstancias de los 115 presos políticos de conciencia cubanos desterrados a España. El texto lo firma Mary O’Grady, y denuncia el limbo jurídico en el que se encuentran los ex-prisioneros acogidos por el Gobierno de Zapatero. Mientras Reyna Luisa Tamayo llega a Estados Unidos como asilada política, los disidentes desterrados a España no han recibido aún este estatuto, pese a cumplir todas las condiciones para ello.

O’Grady explica muy claramente el por qué de la situación: más que la libertad de los prisioneros políticos, la intención del Gobierno español era hacer pasar el destierro como una liberación, presentarlo al mundo como una prueba de los avances democráticos de Cuba y ayudar a los Castro a que el mundo se olvidara del oprobio. Concederles el estatuto de refugiados políticos sería reconocer la naturaleza dictatorial y represiva del régimen de La Habana, del que en numerosas ocasiones el Gobierno Zapatero se ha erigido en abogado defensor europeo.

Esta misma semana UPyD ha presentado en el Parlamento una proposición no de ley para que el Gobierno cumpla todos los compromisos adquiridos con los disidentes cubanos acogidos en territorio español. En una nota de Europa Press sobre la iniciativa uno de los presos desterrados denuncia que sólo tres de ellos han recibido el estatuto de refugiado político, a pesar de que su estancia en España supera el plazo máximo de seis meses fijado por la ley para tomar una decisión al respecto. A la espera de que les sea reconocida su legítima condición de asilados políticos, los disidentes contarían sólo con tarjetas temporales de trabajo, con las que les resulta «muy complicado conseguir un empleo». Ante esta situación, algunos ya han hecho las maletas en busca de exilios más amables, a los que muchos otros se plantearían seguirles a la vista de la escasa voluntad española de hacerles justicia.

El recibimiento a Reyna Luisa, el artículo de O’Grady y la iniciativa de UPyD me traen a la memoria una historia sobre los primeros cuatro presos políticos que llegaron a España en 2008. Aquel verano escribí para La Gaceta de los Negocios sobre cómo veía el exilio cubano en España la actitud de Zapatero ante Cuba. Uno de los exiliados a los que entrevisté vía telefónica desde la redacción del diario era el periodista José Gabriel Ramón Castillo. El cambio de nombre, de dueño y de formato de La Gaceta de los Negocios ha borrado el rastro de aquella crónica en internet y no puedo recuperarla ahora.

Pero si la memoria no me falla, Castillo cargó duramente contra la política española hacia los Castro. Tiempo después de que se publicara el artículo encontré en internet este párrafo escrito por el propio Castillo:

«¡Hay la Gaceta te acuerdas el lío con el ministro Moratinos por las declaraciones hechas a un tal Marcel Gascón (…) Fue tremendo sofocón y la lección se aprendió: no dar más entrevistas telefónicas, no hablar de ningún funcionario ni de nadie más a fin de cuentas no hay porque inmiscuirme en los asuntos internos de un país ni hacer favores gratis.»

Lo expuesto da una idea del tratamiento que los beneficiarios de las «liberaciones» disfrutan en España.

No puedo evitar la melancolía al leer las condiciones con que Reyna Luisa comenzará una nueva vida libre en América, al ver con qué fuerza pudo gritar contra la injusticia a su llegada a Florida. Porque Madrid lo tenía todo para ser Miami.

Las líneas rojas

«La violencia ante el Parlament mancha las movilizaciones», dice el diario Público. «La acampada pacífica se convierte en un marcaje a los políticos», lamenta El País. Los dos insisten en que el movimiento 15-M,  a través de quienes por alguna razón se han erigido en sus portavoces oficiales en Sol, se desmarca de las violencias de Barcelona y Madrid.

Este párrafo es de una crónica del diario El País, titulada «La violencia fractura el 15-M»:

«»La llegada ayer al Parlament en helicóptero del presidente de la Generalitat, Artur Mas, y varios consejeros y diputados, porque no podían entrar de otra forma, cambió la imagen del movimiento. La fotografía de los diputados insultados, abucheados, zarandeados y, en algunos casos, escupidos y agredidos con pulverizadores, tampoco ayudó. Bajo la etiqueta en Twiter de «asíno», decenas de personas expresaron su malestar por lo ocurrido en el Parlament. «Decepción, tristeza, condena, no nos sentimos representados…».»

Enternece asistir a los esfuerzos maternales del cronista para salvar lo puro y noble de la revuelta. «La fotografía de los diputados (…) zarandeados (…) tampoco ayudó», escribe el periodista en un ejercicio típicamente socialdemócrata de preocuparse de quien menos lo merece.

A ojos de quien quisiera ver, la imagen del movimiento estaba comprometida desde su desafío a la prohibición de la Junta Electoral Central. Aquello ocurrió hace mucho, a los pocos días de que la muchedumbre tomara la Puerta del Sol. Todo lo que vino después de aquel 20 de mayo es deriva, como ha llamado el alcalde Alberto Ruiz-Gallardón al rumbo actual de la protesta.

El presidente clandestino Artur Mas dijo ayer que los manifestantes traspasaron las «líneas rojas». Las líneas rojas son, en democracia, las leyes, y estaban traspasadas desde hace mucho. Traspasadas por quienes siguieron protestando en las calles, pero con la imprescindible anuencia de los cargos políticos que lo toleraron.

Salirse de la ley es tirarse a un campo sin vallas, sobre todo cuando la autoridad conoce y tolera la infracción. Superada la única línea roja claramente marcada, el trazo de las nuevas es un ejercicio subjetivo, sujeto únicamente a la paciencia, el aguante o ¡los intereses! de la sociedad y los gobernantes. Si podemos acampar en Sol por qué no cortar la Gran Vía. Si ellos abuchearon a Camps nosotros queremos insultar a Mas, y el etcétera se detiene donde terminan los deseos. O donde se cumplen.

No se en qué acabarán estas protestas que vuelven a poner a España en el foco de los aventureros del mundo que no lo harían en casa. Lo único cierto es que la bola de nieve es ya enorme. Es al Ministerio del Interior a quien corresponde pararla, y suya será la responsabilidad de la inacción o de los incidentes por actuar tarde.

Saltarse  las normas amplía indiscriminadamente los límites de lo aceptable. Tomar la vía pública se ha convertido en un acto perfectamente posible y legítimo. Ya sólo está mal visto el acoso físico y la violencia. De momento.

Berlusconi cae

El primer ministro italiano Silvio Berlusconi perdió entre ayer y el domingo un nuevo plebiscito, después de la reciente debacle en unas elecciones regionales y municipales en las que su partido perdió su eterno bastión de Milán. Ahora, más del 50 por ciento del electorado, el necesario para que el referéndum sea vinculante, ha votado masivamente para que no se privatice el agua y no se vuelvan a poner en marcha centrales nucleares y contra una ley que Berlusconi hubiera permitido a Berlusconi seguir ausentándose en sus juicios por ser prioritarias sus obligaciones como jefe de Gobierno.

La opción de Berlusconi era en los tres asuntos la contraria a la votada por el pueblo, y consciente de su impopularidad y la de sus causas llamó a la abstención para que no se alcanzara el quórum. El premier ha asumido la derrota y la importancia de la señal del pueblo. Sabe que su jubilación forzada de la política es cuestión de tiempo, y que difícilmente agotará los dos años y medio de mandato que le quedan. Es una retirada larga y dolorosa, y que, con cuatro juicios pendientes ante los que quedará más desprotegido, ni siquiera le traerá tranquilidad. Berlusconi saldrá del palacio de Chigi repudiado por los italianos, una despedida especialmente dolorosa para un populista sin más capital político que su popularidad.

La caída de Berlusconi parece escrita, y al menos en España será recibida de forma distinta en la derecha y en la izquierda. Si para la primera Berlusconi ha sido una caricatura extravagante y molesta, para los socialdemócratas  personifica todos los males del adversario cínico, frente al adversario fanático que habría representado Bush hijo.

Las tomas de posición políticas tienen mucho que ver con la estética. Ante los mismos hechos, a todos nos cuesta menos denunciar a los que nos resultan más antipáticos. La simpatía de un político o una causa tiene que ver a menudo con sus enemigos. Los de Berlusconi nos han parecido a algunos extremadamente celosos, pacatos y desagradables, sobre todo desde esa España del feminismo post oficial y obligatorio que no le perdona una orgía. Pero poner a sus feos contrarios en la balanza del juicio nos puede embarcar en flotas extrañas, de las que sólo nos guste luchar contra los mismos piratas. Y no todo el mar es Somalia.

Lo esencial de Berlusconi me parecen los problemas con la Justicia y los intentos de socavar su independencia. Que haya convertido sus dominios públicos en una permanente capea, y la imposición de una retórica y estilo de capea a unas instituciones obligadas a la solemnidad y el respeto. Más allá de con quién nos guste coincidir, conviene no perder de vista lo decisivo.

El periodista y mucho más Indro Montanelli fue primero socio de Berlusconi, para convertirse después en resistente de su omnímodo poder. Sobre asuntos generales, que nada tienen que ver con su relación con Il Cavaliere, dejó escrito en sus diarios: «En el fondo, qué hastío tener que fingir la maldad porque la bondad está de moda».

Los indignados de Ayn Rand

La escritora y filósofa norteamericana Ayn Rand escribió los ensayos que conforman «Return of the Primitive» a finales de los sesenta, pero sus reflexiones sobre la América de entonces parecen surgidas de la España de hoy. Denuncia Rand en ese libro de lucidez implacable el prestigio de lo irracional y el descrédito de los valores clásicos que han llevado al hombre a sus máximos de conocimiento y bienestar. Uno de los puntos neurálgicos del alegato antiprimitivista de Rand son los estudiantes indignados que tomaron ilegalmente los campus universitarios para pedir democracia real ya y poder decidir en nombre de todos sobre el sistema educativo público pagado con el dinero de todos.

Rand denuncia en primer lugar el absurdo de sus reivindicaciones: estudiantes que vienen a aprender quieren decidir cómo y qué les tienen que enseñar. Como si el paciente exigiera tener voz y voto en un diagnóstico médico.

Rand alerta sobre la naturaleza totalitaria de las acciones de los muchachos, basadas en la ocupación física de espacios públicos y la fuerza intimidatoria -no sólo pero también física- de la masa. Critica la falta de articulación de sus propuestas, su demagogia antiliberal y colectivista revestida de eslóganes nuevos, simples y atractivos. Les reprocha que se arrograran una representatividad de todos los estudiantes, y por extensión de toda la juventud norteamericana, que nadie les había dado. Que lo decidido en atropelladas asambleas que procribían cualquier símbolo disidente de la estética oficial fuera la opinión de la juventud de América.

Censura Rand la naturaleza del movimiento, pero también el signo de las respuestas. Ataca la simpatía con que cientos de titulares de periódico saludaron las protestas, sin más virtudes que su novedad, su rebeldía y su juventud. Y clama contra la laxitud cómplice e irresponsable de los dirigentes universitarios, que asustados y acomplejados, sin energía ni coraje para defender razones muy superiores, redoblaron la fuerza de los indignados buscando un imposible punto medio entre el todo y la nada.

El principal llamamiento de Rand está dirigido sin embargo a la mayoría silenciosa que calla, disimula y otorga a la espera de que todo pase sin tener que complicarse. No pide a quienes no están de acuerdo su inútil presencia en las asambleas sublevadas ni manifestaciones callejeras con mensajes opuestos. Apela Rand a los descontentos discretos para que hablen en las universidades y los periódicos. En manifiestos y tribunales. En los cafés y en sus trabajos. No para cambiar opiniones construidas al margen de procesos racionales, sino para desposeer a la minoría hiperactiva de la legitimidad arrogada.

El principal motor de los indignados de entones era la fiebre revolucionaria. Las ansias juveniles de rebeldía mueve también a muchos de los indignados de hoy, independientemente de la edad. Quizá la desesperación de no encontrar trabajo y los problemas para llegar a fin de mes sean el combustible de esta revuelta española, pero esto no hace diferente la naturaleza de su protesta ni le da más legitimidad.

Su discurso utópico y falto de rigor es el que está llevando al colapso el sistema. Su desprecio de la legalidad y el de quienes deben hacer cumplirla una bomba para el Estado de Derecho. Para la única posibilidad conocida de libertad, seguridad y prosperidad.

En la muerte de Semprún

Se ha muerto Jorge Semprún, de quien siempre tuve un conocimiento muy superficial. Sabía que fue comunista, que fue llevado a Buchenwald por los nazis, que luchó contra Franco en la clandestinidad y que después fue expulsado del PCE por afiliarse al eurocomunismo. Sabía que había apadrinado ese discurso steineriano de Europa, muy atractivo para actos conmemorativos y terceras de El País y vago, autocomplaciente y perezoso de tan elevada. Que fue siempre un seductor y un hombre de película. Felipe González le hizo ministro de cultura, y por voación y biografía llevó como pocos en España ese marchamo europeo que por la geografía y la historia es tan mal de encontrar allí.

Suficiente para leer, una tarde de domingo, varios de sus artículos, comprarle un libro o ver alguna entrevista suya en el you tube. Pero siempre pudo más la aversión a su condición de santo para el establishment del progresismo elevado. La idolotría de los buenos y los guapos al aún más bueno y el más guapo provocan el tedio hacia el objeto de veneración. Quizá éste no siempre sea culpable. Pero una vez insinuada la posibilidad de santidad pocos se atreven a tomar caminos que, aún siendo los correctos, defrauden y pongan en peligro su consecución.

El historial de opiniones y compromisos de los ejemplares está limpio de causas marcadas, por muy justas y oportunas que hubiera sido abrazarlas. La concreción en el pronunciamiento sólo es posible cuando la realidad se ajusta obediente al canon de los buenos. Si los hechos contradicen el patrón que los ha encumbrado los cubrirán con un manto de silencio, o esparcirán sobre ellos la borrasca tranquila de la generalidad, diluyendo en ella culpas, responsabilidades, daños y ventajas.

No conozco bien la vida y la obra de Semprún, y no sé exactamente si todo lo dicho se ajusta al personaje. Siempre tuve esa sensación, y dos textos de dos autores fiables en ABC parecen confirmarlo en parte. Ramón Pérez-Maura y Juan Pedro Quiñonero recuerdan que Semprún hizo de «kapo rojo» en Buchenwald, y le afean que no tratara «de frente y con claridad moral» las relaciones entre estalinistas como el propio Semprún y nazis en el campo.

Los obituarios más amables son mayoría y también refuerzan mi impresión. Los mejores emanan de pasados románticos en los que se le quiso, y me cuesta imaginar que quienes los firman hubiesen celebrado a Semprún de haberlo conocido el martes. La del eurocomunismo fue su última batalla, y en el eurocomunismo quedó estancada, quizá fuera el último estadio estéticamente aceptable, su evolución ideológica. Después las glosas son por la actitud y la belleza espiritual del discurso. Pero a pesar de ocuparse de dos grandes países y un continente no dejan ver ninguna toma de posición sustancial, decisiva y valiente, como si todo lo que siguió a sus grandes luchas fueran pequeñeces cansinas fuera de su ministerio.

Triste sino el del prestigio, cuando trae más esclavitud que libertad y el miedo a erosionarlo impide utilizarlo en debates necesarios y batallas justas.

El fútbol en Londres

Ganó Nadal en París y España entera se levantó a aplaudir. Como siempre en estos casos, y aun estando lejos, me molestó el ruido. Más de una vez he intentado sumarme a estos entusiasmos colectivos. Conseguir al menos que me fueran indiferentes. Sin ningún resultado hasta ahora, que he dejado de intentarlo. Esos días de calor en los que todos saben de aces, de córners y deboxes, cuando la simpatía y el interés han dejado de ser facultativos. Ese lunes de trabajo en el que todos sonríen y la gesta del domingo es comentario obligado. El almuerzo en que el indiferente es sospechoso de autismo. En que la pasión por el héroe es muleta del tímido, limpieza de sangre del forastero.

Esta vez fue con el tenis, y lo ha sido antes con las bicis, los coches, las motos, aquel Juan Mühlegg y el baloncesto. Pero su cénit es siempre, la nación toda y el fútbol todos, la selección nacional. Como muchos domingos de liga, el domingo fui al campo del Rapid de Bucarest. Jugaba Rumanía contra Bosnia, y acostumbrado al granate de siempre quería saber cómo daba el estadio en tonos rojos, azules y amarillos. Daba bien, con el césped verdísimo y la noche clara de verano. Pero la masa me pareció amorfa, sin carácter ni personalidad. Un agregado forzado sin referentes comunes, sin amor por los mismos jugadores y ni una sola canción que corear como himno. Noventa minutos y la sola letanía deRumanía, Rumanía. ¡Cuánto eché en falta los himnos familiares y tabernarios de cuando Giulesti es granate!

En el fútbol de selecciones y en estos entusiasmos unánimes pasa lo que en todas las reuniones indiscriminadas. Para que todos puedan beber -un poco- se aguan el vino, las bromas y las conversaciones. El resultado es inofensivo para todos, pero sólo satisface a quien no necesita intensidad.

Un domingo por la tarde, hacia el final de la liga. Giulesti es granate y el sol baña en oro el estadio. Antes la lluvia ha limpiado el ambiente. La definición de los colores es fortísima y el paisaje nos parece nuevo. El equipo es cuarto y no se juega nada. Están aquí los que han estado siempre, los que siempre han querido estar. Saben sus canciones, sus grandezas y sus miserias. No anhelan portadas porque disfrutan de lo que son y les basta. Cada año, no importa el resultado, la temporada se cierra con las bufandas al viento y un himno orgulloso. A nadie fuera del campo le importa demasiado qué ha pasado en Giulesti, un placer privado que no necesita amplificarse ni molestar a nadie.

Por eso ha de ser maravilloso el fútbol en el Londres de los catorce equipos. Un sábado a las cuatro gritar un gol en el campo del Tottenham Hotspur. Y que a nadie le importe en Trafalgar Square.

El voto del Doctor

El Perú elige mañana presidente entre Keiko Fujimori y Ollanta Humala, la hija y discípula del ex-presidente hoy encarcelado por crímenes contra la humanidad y el militarote bravucón de impronta chavista. Esta final de inevitable campeón desagradable ha sido posible por la falta de unidad en la primera vuelta de los tres candidatos liberales, cuyo voto junto habría barrido entonces y arrasaría ahora, y puede sacar al país de los carriles del libre mercado y la voluntad de libertad y estabilidad por los que el Perú avanza desde hace una década.

El dilema que el domingo afrontan los peruanos demócratas es difícilmente resoluble. Keiko y Ollanta prometen no tocar lo básico y tratan de alejarse de su imagen de excéntricos peligrosos. Una mirada al historial de ambos aconseja no creerlos, y sin embargo hay que votar a uno o cruzarse de brazos y que gane el que sea. Keiko amenaza con restaurar la mafia autoritaria que copó la cúpula del Estado bajo el régimen de su padre. Ollanta meter al Perú en la Internacional Bolivariana de democracias adjetivadas de discurso racista y antiliberal.

Como dice Hermann Tertsch, el periodista que mejor comprende las estrechas relaciones entre la gran Historia y la política y la vida privada, a veces también la íntima, de los individuos, el dilema peruano ya ha provocado cataclismos personales y ha hecho añicos amistades y admiraciones de años.

Un ejemplo es el apoyo a Ollanta de Vargas Llosa, que le ha valido al escritor las críticas de liberales del Perú y de todo el mundo. Muchos ven en su toma de posición rencor por su derrota ante el populismo de Fujimori padre en las presidenciales de 1990, como el también escritor liberal Jaime Baily. Baily ha atacado abiertamente a Vargas Llosa, acusándole de falta de coherencia y resentimiento. Dicen que el liberalismo es incompatible con alguien como Ollanta, pero claro, al otro lado hay una Fujimori.

Entre los cataclismos personales traigo el de Paul Jesús Pacheco Velasco, ingeniero petrolero y mecánico de Arequipa que vive en Lima. Conocí a PJPV por accidente. Hace ya dos años le quise mandar las fotos de una novia a mi amigo Pacheco Velasco Centelles con un mail a pachecovelasco@hotmail.com. Al cabo de unas horas llegó una respuesta. No nos conocemos, pero la chica muy guapa, Paul Jesús Pacheco Velasco. Velasco Centelles era de yahoo. Con Paul Jesús nos hicimos en facebook, y allí tratamos, siempre de Licenciado o Doctor a la manera hispanoamericana, de política, música, literatura y pequeños placeres de la vida.

Los comicios que se resuelven el domingo los he seguido en gran parte a través de Paul Jesús, que votó al liberal Pedro Pablo Kuczynski en la primera vuelta y recibió con gran desazón tener que votar por Keiko u Ollanta en la segunda. Votará por Keiko, a cuyo padre contestó en las calles cuando era jefe de juventudes en el Partido Solidaridad Nacional de Luis Castañeda Lossio. Entonces, cuando estudiantes y sindicalistas incómodos morían a manos de los paramilitares del Fujimorato, Paul Jesús tenía 24 años y por una opción democrática se jugó vida y hacienda. Hoy votará a Keiko.

Este domingo cuando esté votando en su colegio tendrá escrito de nuevo en su muro de facebook: «Fuerza Doctor para los tiempos que vienen. Esperemos que dentro de cuatro años aún puedan votar y hagan ustedes como los polacos con los gemelos de derechas de Zapatero -© Hermann Tertsch- y lo dejen todo en error anecdótico de democracia joven».