Fuera del barrio

Unas doscientas personas se enfrentaron ayer en el barrio madrileño de Lavaipiés a los agentes de la Policía para tratar de evitar la detención de un camello. No es la primera vez que esto ocurre en Lavapiés. Hace unos días un grupo de vecinos y concentrados del 15-Mintentaron evitar que la Policía detuviera a un inmigrante ilegal que se había colado en el metro.

Estos dos incidentes provocarán mucha emoción a quienes sueñan con exóticos guetos urbanos donde los tambores suenen todo el día y no entre el aburrido Estado de Derecho. El problema es que el barrio no es suyo. Que mucha gente que vive en Lavapiés no quiere ni puede permitirse humanidad y comprensión con quienes venden droga o se cuelan en el metro, como el Estado no puede saltarse la ley en materia de inmigración más allá de los indudables dramas personales.

Una de las grandes faltas de la izquierda de hoy es exigir generosidad con lo que no es sólo suyo, invitar a casas que no son sólo suyas y asumir riesgos que exponen a todos. Uno puede destinar parte de su dinero a las causas que crea justas, pero no imponer a un ente público que las patrocine con dinero de todos. Puede cultivar cuanto quiera amistades convulsas, pero no obligar al vecino a entender sus convulsiones.

La experiencia nos demuestra sin embargo que buena parte de la izquierda hace hoy lo contrario. Aplica en su vida las más mezquinas políticas de riesgo cero y busca el romanticismo en lo público, donde las consecuencias son menos directas.

Pese a toda la propaganda, la inclinación a la izquierda de una persona no significa automáticamente más benevolencia de su parte con los débiles. Y -aunque la bondad no sea exigible a nadie- debería, porque la izquierda la exige a otros con su discurso y la impone a todos con sus políticas.

Habrán advertido que he hablado siempre de la izquierda de hoy, y no es mera muleta de nostálgico. La izquierda de hoy digo, porque hubo un tiempo en que declararse de izquierdas costaba dinero. Ahora es casi la primera condición de normalidad.

Cuando hablo de estas cosas me acuerdo siempre de mi profesor de instituto guineano. Contaba de sus tiempos de estudiante que trabajó y vivió en la finca de un cacique español muy derechista. Nada más llegar le dejó claro que era racista, que no creía en los matrimonios mixtos y que lo mataría si le veía acercarse a su hija. Y antes de irse le dijo que no esperara nada de los tolerantes. Poco después de jubilarse el profesor me contaba que nadie le ayudó más que aquel hombre. Y que tuvo mucha razón sobre los tolerantes.

(Publicado en la revista Jot Down el 14 de julio de 2011)

Cuándo, César

Nada da tanta pereza como un abuelo sentencioso. Hace poco, en un día de mucho calor, encontré en El País una entrevista a Menotti. El mismo título -el «fútbol se lo robaron a la gente»- anunciaba ya la colección conocida de viejas imposturas, pero seguí leyendo. Después de que el periodista se levantara la falda llamándole «uno de los grandes oráculos del fútbol» le preguntó por el tabaco. Parece que Menotti ya no fuma. Los médicos se lo han prohibido, y es un buen momento para fruncir el ceño y buscar el primer aplauso con el más barato populismo antigalénico: «los médicos insisten en hacernos la vida más larga y menos agradable. Amargarnos la vida, es lo que hacen». Pero usted, como en el fútbol, podría haber elegido el placer, pudo haber preguntado el reportero, y desactivar así las risas satisfechas de la mesa del fondo. Si esto es un oráculo, con estas salidas de hogar de jubilados.

La esperada exaltación fundamentalista del Barça -«todos quisieran ser Guardiola, pero la mayoría no sabe cómo se hace»- da paso a la exhibición de su «marxismo hormonal». Dice que el capitalismo nos lo ha robado todo, empezando por el sentido de pertenencia. Y el lector curioso que espera de un oráculo algo más que hormonas quiere preguntarle cuándo fue el robo, si el sentido de pertenencia aún pertenecía a la gente cuando mandaba Videla y él ganaba el Mundial como obediente soldado de la causa patriótica, que quizá era también la de la gente, entonces.

Parece que sí, sabemos más tarde. Porque el problema son las sociedades anónimas, y que el fútbol sea un negocio «que se come los tiempos». ¿La solución? Que el Estado tenga «cierta vigilancia» sobre los clubes de fútbol. ¡El Estado, dice! Pero ¿qué hace pensar a Menotti que la intervención de ese Estado que no responde por sus muertos, que tienechicos en la calle y está dirigido por «miserables» mejore la situación?

La conversación llega de nuevo a Guardiola, como es natural, y desemboca en Mourinho. Mourinho, «vaya personaje». Le acribilla y después se preocupa porque «a Pep» le «están esperando para dispararle». Hay balaceras y balaceras.

«Le escucho», dice el periodista hacia el final, como si con estos hombres se pudiera hacer algo más que escuchar.

La entrevista se hace con un libro de Vázquez Montalbán sobre la mesa y acaba con una anécdota de Serrat. El gastadísimo crapulismo decadente, de voz cascada y escupitajo denso. La patética camaradería de lo que estuvo prohibido y su exhibición obscena de final de boda. Todas estas historias viejísimas y sus lecciones sobadas que nunca permitiríamos a nuestros abuelos.

(Publicado en la revista Jot Down el 12 de julio de 2011)

Libertades lingüísticas

La llamada Asociación Nacional por la Libertad Lingüística ha denunciado esta semana un caso de «adoctrinamiento nacionalista» en un colegio público de la ciudad valenciana de Alcoy. Según la plataforma, el material didáctico de los niños incluye consignas y simbología nacionalista que exalta al Rey Jaime I y llama a la lucha por la identidad, el país y la lengua, además de considerar a los españoles «conquistadores» que «ahogaron» la literatura local. La Asociación Nacional por la Libertad Lingüística asegura que no se trata de un caso aislado, y ha afirmado que «se producen situaciones peligrosas en materia de educación» en diversas comunidades españolas.

Estoy convencido de la veracidad de la denuncia. Mientras en el parlamento y en las actividades económicas tiene una presencia testimonial, el nacionalismo es hegemónico en muchas instituciones educativas y, sobre todo, culturales. Yo mismo estuve expuesto durante mis años de estudios en Castellón en la llamada «línea en valenciano» a grotesca propaganda identitaria, y cualquiera que haya pasado por las aulas valencianas conoce la admiración casi erótica de muchos profesores por los modelos lingüísticos catalán y vasco.

Me parece muy bien se denuncien estos atropellos de la razón en el sistema educativo público. Pero harían bien todos los que militan por la libertad lingüística y creen en la importancia de vivir en su lengua materna en alzar la voz ante los abusos y faltas de respeto constantes que de la administración y de muchos castellanoparlantes sufrimos quienes hablamos valenciano en la Comunidad Valenciana.

Dice un padre preocupado por la educación de sus hijos: «aquí hay dos grupos de estudio en valenciano y el tercero es de progresión al valenciano. Empiezan en castellano pero con seis añitos ya han cambiado al valenciano».

Tremendo, pero no menos que lo que nos ocurre a nosotros cuando llevamos a nuestros hijos a colegios que ofertan educación en valenciano. Porque les quedan cerca de casa o porque tienen comedor, padres castellanoparlantes matriculan a los niños en estos mismos colegios. Por supuesto serían muy bienvenidos si cumplieran las normas y siguieran las clases en valenciano según lo programado. Pero a menudo no es así, y a la primera reunión de padres comienzan las quejas porque «todo se hace en valenciano», «a mi hijo le cuesta más» o «no tiene porqué aprender».

Y entonces, para evitar problemas, buena parte de los maestros cambian al castellano, los padres valencianoparlantes callan, y si alguno osa protestar y exigir que se cumpla la norma es tachado de cruel, retorcido y fanático.

La presión ha surgido efecto, y nuestros hijos, «con cinco o seis añitos», «ya han cambiado al castellano». Por supuesto no es ninguna tragedia que aprendamos en un idioma distinto del materno, ni siquiera una dificultad añadida para los niños. No lo es para nosotros, pero tampoco para ellos.

Antes de cerrar dejo a quienes luchan por la libertad lingüística dos episodios recientes sobre los que reflexionar.

La Asamblea por la Libertad Lingüística empieza a ver «situaciones peligrosas» en la educación valenciana. Nosotros llevamos décadas de desprecio, medias sonrisas y derechos vulnerados, que han abonado el terreno para la siempre desagradable «lucha por la lengua». También en democracia hablar en valenciano ha sido en la Comunidad Valenciana de pastores y cazurros.

Está muy bien que denuncien cuando el peligro les acecha, pero ya que ahora pueden comprendernos me gustaría que alzaran la voz ante cualquier precipicio.

(Publicado en la revista Jot Down el 9 de julio de 2011)

Pajín à la plage

El Mundo publicó fotos de la ministra Leire Pajín bañándose en bikini en una playa balear, y media a España se puso a reírse. Se burlaron con saña de que no tenga silueta de modelo, porque la masa está llena de modelos. Se mofaron del bañador malva, porque el pueblo sabe mucho de moda.

Se había abierto la veda, y La Razón aprovechó para mostrar en portada a la ministra vestida de turista, paseando junto a su madre con cara de sueño. La Razón, un diario de esa derecha pudorosa y mesurada que en el corazón reivindica el estilo Hola jugando a ser la Qué me dices con una enemiga de clase.

En la información que ilustra la foto de Pajín con su madre el diario de Ansón explica que la residencia de la isla de Lazareto pertenece al ministerio de Sanidad y está reservada a sus funcionarios, a la espera de que se aplique el convenio por el que la institución y el Consell de Mallorca se comprometen a abrirla a todos los ciudadanos.

La redactora de la noticia, Carmen Morodo, afea a Pajín que veraneara allí con su familia sin ser funcionaria, y recuerda como agravante que ni siquiera todo los funcionarios del ministerio tienen acceso a la residencia: ante la falta de plazas suficientes, cada año se elige a los afortunados según varios criterios, entre ellos el nivel de renta familiar.

Como en toda discusión matrimonial, el que acusa utiliza como argumento hasta la primera luz que el otro se dejó abierta, aunque nada tenga que ver en el caso quiénes sean los padres de Pajín, que aún no se haya aplicado el convenio para abrir a todos Lazareto o qué molestos están los menorquines por no poder ir a la playa en la isla.

Que una ministra que no es funcionaria pase sus vacaciones en un lugar reservado a los funcionarios de su ministerio -y también a «trabajadores eventuales», según ha explicado Sanidad- puede ser un escándalo mayúsculo en este país acostumbrado a pedir ejemplos de austeridad a sus élites.

Una reacción coherente del discurso público español, del que La Razón no es ni mucho menos disidente, habría sido aplaudir que la ministra descanse junto a la tropa, que no haga ostentación de su mayor poder adquisitivo en tiempos duros para muchos compatriotas y que, renunciando a lujos que muy bien podría permitirse, ilumine a los ciudadanos con un ahorro irrelevante que tiene sin embargo enorme valor simbólico.

Pero aunque el populismo igualitario es una de tantas características españolas que comparten el discurso de la derecha y la izquierda, el sectarismo siempre puede más y todo vale para demostrar qué malo que es el enemigo.

(Publicado en la revista Jotdown el 7 de junio de 2011)

Aznar y los demás

Aznar y los demás

Qué desazón que Mariano Rajoy necesite intérprete para hablar con Hillary, que en más de siete años en la oposición esperando a ser el presidente del Gobierno no haya sido capaz de aprender inglés. Pese a todas las chanzas sobre la incapacidad lingüística y la irrelevancia internacional de su adversario Zapatero en las tertulias afines. Pese al vigoroso ejemplo del ex-presidente Aznar. Cómo hablar de retos y de futuro, de competitividad, prestigio y liderazgo si vino América y tuvimos que llamar al traductor.

España saldrá del zapaterismo por pura inercia. Con recetas y cuentas de boticario de pueblo o el temple de un vendedor de coches acostumbrado a las cuitas. No se atisba en el camino hacia este cambio vital el menor rastro de épica, de idealismo o de ejemplaridad. Sólo el tono campanudo de Rajoy en el Congreso, su realismo de contable de peña gastronómica que sólo levanta la vista para esperar el aplauso de los socios, su promesa pacata de que con él no haremos más el ridículo. Sólo la baja esgrima de Rubalcaba, su discurso intercambiable que a nadie ilusionará, porque diga lo que diga ya dijo e hizo también lo contrario.

Viene otra campaña lustrosa y cara para envolver a dos candidatos tristes y grises. Vienen nuevos mensajes de perfil bajo, ciclismo Marca y Ruiz Zafón en contraportadas de verano y el sentido común como respuesta única a todos los retos. Vienen también guiños a los chicos del 15-M, al populismo envidioso y de odio de clase o a las clases medias con hipotécas, si hiciera falta. Saldrá una vez más a pasear el dóberman, el GAL y el 13-M, y será de nuevo todo muy triste, todo muy viejo, todo muy feo.

Y mientras, el bendito rosa frívolo de Díez se hará lugar con su energía en amables tribunas de derecha, y con las de la izquierda cerradas con el celo que se reserva al traidor será un poquito de aire, un ejemplo de ganas y una fuente de ideas.

Y nos seguiremos riendo de Aznar, que contra los usos nacionales de ex-presidente de algo no se conforma con ir con rebeca a los mítines del partido a poner la nota guasona y sentimental. Ya no necesita intérpretes y se ha puesto el mundo por montera para defender al lado de gigantes como Havel o Blair las ideas y los proyectos en los que cree.

Aznar parece que lleva el pelo cada día más largo. Es una manifestación física de ese dandismo tardío en el que tan bien se siente, y sus abdominales un signo orgulloso de su momento pletórico, que tanto contrasta con la apatía mate y desgastada y las carnes caídas de los políticos de hoy.

(Publicado en la revista Jotdown el 5 de julio de 2011)

Turismo resolucionario

El alcalde Elorza presentó un proyecto estupendo para fomtenar la paz y la no violencia. Se sabe que los burócratos europeos valoran mucho la función social de la cultura, y más si tienen un patio cerca donde jugar a la resolución de conflictos, imaginar apartheids con los papeles mal repartidos y erigir nuevos Mandelas entre las filas segregacionistas. La candidatura de San Sebastián lo tenía todo. Demasiado bonita para renunciar a ella, aunque la toma del poder por unos chicos creciditos que ya sueñan con el sexo y la botella podría complicar la fiesta.

Quedan cinco años para la cita, y en los preparativos ya ha comenzado a imponerse el discurso de los muchachos de la herriko. «Se impulsará nuestra lengua y cultura, y un periodo de normalización, en un marco de respeto democrático a todas las personas y los pueblos», ha dicho en una exhibición de todos sus viejos mantras el alcalde Garitano. A su lado, sonriente y relajado, asomaba todavía el buenismo vacío y grandilocuente de Elorza: «la importancia de usar la cultura como herramienta para generar convivencia pacífica, en una Europa que sufre una crisis de valores y está desfigurada». No fue capaz de salvar ante la infamia la cara de su propio ayuntamiento y se propone enderezar la deriva de Europa.

El jefe del jurado se ha mostrado convencido de que la capitalidad cultural «puede contribuir a frenar la violencia». Sería natural. Por qué habrían de molestarse en violencias, cuando su discurso de siempre atronará cuatro años con el altavoz del dinero y el prestigio europeo. En principio pedirán normalización y marcos de respeto democráticos, pero los actos huelen ya a fiesta patronal, de pueblo o de pueblos, claro, y todos sabemos con qué clase de consignas reciben el nuevo los últimos borrachos en las fiestas de cientos de pueblos vascos. Alguien debería prevenir a los burócratas de Bruselas, no sea que, después de una noche de chacolís, todo un comisario alemán acabe gritando el «Jo ta ke» con un grupo de Garitanos encaramado en el Faro de la Paz.

Las mentiras, las medias verdades y las omisiones están por todas partes en este despropósito pútrido e inmoral. Certámenes de cocina y festivales internacionales de cine y de jazz esequivaron durante décadas en San Sebastián enfangarse en la peculiaridad vasca. Un paso por detrás de unas fuerzas vivas muy dadas a la comprensión, las estrellas internacionales fingían estar en un lugar normal que nada tenía que ver con los desiertos lejanos que ocupaban sus compromisos.

Los tiempos han cambiado, y el conflicto vasco, en su odónico relato equidistante o en la lengua de madera de los criminales y sus beneficiarios, trae ahora capitalidades culturales. Con los asesinatos congelados y la violencia etarra reducida a una intimidación física que no hace portadas, el País Vasco amenaza con convertirse en un campo de experimentación y un destino de turismo resolucionario para los Currins que en el mundo son. Los verdugos y sus temas son su interés único, porque las víctimas vascas son gente normal y recta, sin el atractivo de la etnia o el color.

(Publicado en la revista Jotdown el 30 de junio de 2011)

Una delicia israelí

El Festival de Cine Judío trajo la semana pasada a la capital rumana The Matchmaker, una película israelí simple, graciosa y emotiva que regaló a unos pocos bucarestinos una tarde preciosa de domingo.

Arik Burstein es un adolescente de Haifa, hijo de un superviviente del Holocausto de origen rumano. Una tarde del verano del 68, mientras juega con sus amigos en su barrio conoce a Yankale Bride, un hombre carismático también víctima de la Shoa que le ofrece trabajo como espía en su agencia matrimonial. De la mano del romántico y curtido Bride, que resulta ser un viejo compañero de pupitre del padre de Arik en el Este de Europa, el joven conocerá un mundo nuevo en los bajos fondos del puesto de Haifa. Allí, entre prostitutas y contrabandistas, Arik se asoma a las emociones descarnadas y sinceras quienes viven al margen, cuya excéntrica posición social le permite conocer más de aquel «allí» del que apenas se habla en su casa ni en buena parte de la sociedad israelí.

Llena de ternura y comicidad, The Matchmaker es de una sencillez extrema, que a veces cae en el abuso con momentos morales más propios de cómic de superhéroes. En una terraza varios jóvenes con uniforme de soldado se ríen de la enana Silvia, parte de una familia de enanos que fue objeto de los experimentos del doctor Mengele y regenta un cine en  el puerto. Con gesto severo que no esconde cierto exceso de gravedad, Yankale tira con su bastón las botellas de la mesa, pone a los insolentes en su sitio y les hace pedir perdón a quien está siendo burlado y sufrió tanto horror.

El tratamiento de la sociedad israelí de los primeros lustros de independencia a los supervivientes del Holocausto es el tema más profundo de esta película de Avi Nasher. Supervivientes de la barbarie nazi son todos sus protagonistas excepto el joven Arik, que representa el futuro limpio, entusiasta y consciente en el que los nuevos israelíes han de redescubrir y tratar aquella tragedia.

Una de las escenas de más fuerza la protagoniza el padre de Arik, clamando en el sofá de su casa contra la larga sospecha de sumisión y colaboracionismo que persiguió en su nueva patria a quienes sobrevivieron al nazismo. La infamia que denuncia Burstein la sufre en cierto momento sobre Clara Epstein, la bella, elegante y melancólica cómplice de Yankale acusada de haberse prostituido para salvarse de las cámaras de gas.

Presentado con una simplicidad casi esquemática, el dramatismo es siempre superado mediante la humanidad y la agudeza de personajes y situaciones y la vitalidad desbordante de Arik y su pandilla.

La constante referencia de fondo a la omnipotencia del amor y el recurso a imágenes muy enraizadas en la realidad del país -dos rumanos que crecieron en la nieve beben té junto al desierto mientras la mujer de Burstein, judía de Oriente, se refresca con una bebida fría- aligeran el peso de la trama y aumentan la eficacia del mensaje.

The Matchmaker es una delicia fácil, justa y reconfortante que hace mirar con cierta pena hacia el cine español.

Lejos de exponer con nitidez y sin equívocos los valores sobre los que deben asentarse las comunidades, de apostar por el buen gusto y primar el optimismo, el director medio en España prefirió la extravagancia. Los cánones y el sentido común son la única defensa que los talentos medios tenemos contra el ridículo, y en España todo el mundo se creyó Almodóvar.

(Publicado en la revista Jotdown el 2 de julio de 2011)

Los heridos de River, los petardos de Giulesti

“Tragedia” y “drama” fueron dos de las palabras más repetidas en los medios digitales españoles para contar el domingo futbolístico de Buenos Aires. Iban bien arriba en las portadas, y no se referían, como podría pensarse, a los más de 70 heridos, dos de ellos en estado grave “con traumatismos de cráneo por impacto de proyectiles”, que dejaron las algaradas de una parte de los aficionados de River Plate tras un partido contra Belgrano. El drama y la tragedia, y también la noticia, eran el descenso de River por primera vez en sus 110 años de historia, de cuya consumación parece consecuencia natural el vandalismo criminal de los hinchas.

Es conocida la afición al lenguaje épico del periodismo, especialmente del deportivo, pero es obsceno ver destacadas las lágrimas por el destino de un balón cuando unos bárbaros que lo seguían están a punto de matar a dos hombres. Interviene en estos textos el conocido kilómetro sentimental, que además de las distancias físicas mide las culturales y las económicas y la cotización del pasaporte de las víctimas. Que en Argentina el tratamiento mediático haya sido el mismo no significa nada. Allí la violencia hace tiempo que es parte integrante y resignadamente normalizada del espectáculo del fútbol, como demuestra que el patibulario entrenador Passarella no haya encontrado mejor metáfora tras los incidentes que “sólo saldré de River con los pies por delante“.

Quiero pensar que la prensa española actuaría muy distinto si el Madrid bajara a segunda con dos antidisturbios debatiéndose entre la vida y la muerte en el hospital de La Paz, pero atención, porque además del “kilómetro sentimental” hay que tener en cuenta “la bula del fútbol”. Al amparo de la comprensión masiva del pueblo, el fútbol lo puede permitir todo. Desde alterar las normas del tráfico en día de partido hasta los heridos y la ruptura de escaparates de las grandes celebraciones, nada es suficiente para robar protagonismo a la pelota.

Hace tiempo, tras una falsa amenaza de bomba en el Bernabéu, el jugador del Madrid Guti aseguró que el fútbol debe estar por encima de todo. Lo dijo Guti entonces y lo sentimos muchos, cuando con la cerveza o las pipas va a empezar el partido que hemos esperado semanas. Como ante ciertos sexos sin condón, podemos y nos podemos hacer daño, pero por nada renunciaríamos a esos minutos prometidos de disfrute.

Permitimos que el fútbol esté por encima de todo y el llanto, con dos personas al filo de la muerte en una cama de hospital, es por el descenso de River. Las bengalas caen al césped detrás de la portería del viejo campo de Giulest.

El Rapid gana al Steaua y el estruendo de los petardos redobla nuestro entusiasmo.

Sobre el tartán del estadio ya no está la ambulancia, pero no nos importa  que se llevara a un bombero herido.

(Publicado en la revista Jot Down el 28 de junio de 2011)

Un mundo como el Barça

Shakira declaró en una visita de beneficiencia a Israel que quiere «un mundo como el Barça». Un mundo como el Barça es, para la colombiana, uno que «funcione en equipo» para ganar «el partido contra la discrimación». No hay nada sorprendente en la declaración festiva de Shakira. La hizo en un sarao solidario tan vacío de contenido como lo son todos. Está enamorada de un integrante de su modelo del mundo y tiene todo el derecho a querer para su tiempo un estilo guardiolesco.

Muchos otros que ni están en saraos benéficos ni enamorados de Xavi o Messi quieren también un mundo como el Barça, o un fútbol, al menos, y de nuevo no hay nada que objetar, salvo que nieguen la posibilidad de alternativas éticas y estéticas atractivas y legítimas.

Lo han hecho algunos en esta misma revista.  «Lo que vislumbramos ahora es la capacidad que tiene Mourinho para negar el juego del Barça y no para hacer un equipo que sea una alternativa al juego del Barça», dice Ramón Besa en una entrevista. Alfredo Relaño asegura en otra entrevista que «el Barça lo tiene todo», y enumera las características que Shakira quiere para el mundo. » El Madrid «no tiene nada de eso», y repasa con pesar lo que tiene el Madrid, que parece que no valdría nada.

Se equivoca Besa y se equivoca Relaño, porque el Madrid ha demostrado tener una idea de juego basada en la tensión defensiva, la verticalidad y la rapidez de sus ataques. Su récord de goles y la mayoría de partidos confirmaron que Mourinho imprime al Real un estilo seductor y efectivo, que sólo interrumpió -y no siempre- en la cuadratura del clásico para contrarrestar a una máquina de hacer fútbol a la que en ese momento, en su primer año en el Bernabéu, no podía hacer frente a campo abierto.

No sé si todos los que denunciaron el sacrilegio defensivo de Mourinho ante el Barça aplaudieron que el Manchester de Ferguson saliera a jugar y fuera atropellado en la final. Sería lo justo, o rectificar y reconocer que era la del portugués la única opción entonces contra el Barcelona. Mourinho perdió el global, pero se llevó una meritoria Copa, no capituló en Champions hasta la expulsión de Pepe y luchó encomiable en el Camp Nou ante una hostilidad arbitral de partido de promoción albanesa.

Los moralistas del fútbol, y entre ellos algunos madridistas, habrían preferido quizá que el Madrid saltara al campo tan alegremente como lo habría hecho ante el Numancia. Se habría vuelto a llevar cinco, pero habría contado con su aplauso.

Además de un supuesto defensivismo desmentido tajantemente por los 102 goles conseguidos en la Liga, le achacan al Madrid que fiche extranjeros caros y no dé la alternativa a más canteranos, y pronto se le afeará que traiga macarras turcos de Alemania en vez de dejar jugar a mozos sanos de Granada o Castellón. Tampoco les conviene el dandismo airado del entrenador y la excelencia solemne del presidente, y, al cabo y quizá sobre todo, el porte regio que su historia le ha dado al club.

Pero el mundo, como el fútbol, puede ser también como Mourinho y su Madrid. Elegir es cuestión de gustos, pero hay una alternativa radical al manierismo del Barça y no es menos divertida ni moral. Mercenarios adorados pueden llenar estadios. Sólo los dandis enamoran, y la diagonal larga con centro preciso y cabezazo certero siempre será más vibrante que hacer gol después de mil pases cortitos y horizonatales.

Y para el mundo y sus partidos he encontrado esto, un lema en el que esculpió Mourinho los valores de su Chelsea: «orgullo, estilo, integridad, unidad y liderazgo».

(Publicado en Jot Down el 24 de junio de 2011)